domingo, 28 de febrero de 2010

Hoy

Hoy cambiaré el mundo
Regalaré sonrisas en las calles
Y te diré a los ojos lo mucho que te quiero…

Hoy bailaré un vals con el viento
Miraré con ojos de niño
Y recordaré con amigos risueñas anécdotas…

Hoy caminaré sin prisa
Diré “permiso, gracias y hasta luego”
Y observaré las estrellas en el cielo azul…


Hoy todo será distinto.
Cada día que me levanto pienso que hoy va a ser así, pero hoy nunca llega.

Estoy atrapado en el laberinto del ayer y no encuentro la salida.

domingo, 21 de febrero de 2010

Noche

La noche y su redada
colonizan las conciencias
de baladíes y conspicuos
ataviados de apariencias

Afanosa señora de luto
musa de la historia.
Testigo de tantas promesas
cómplice de tantas victorias

Un poeta me avisó
que debilita los corazones
y pude comprobarlo
entre resuellos y fulgores

Amiga fiel y secreta
enjugaste mis lágrimas
soplaste mis heridas
hacia ti va este conato de poesía

jueves, 11 de febrero de 2010

Miscelánea

Aquél 14 de febrero me di cuenta
de la realidad sin esbozos:
Lo inevitable en esta vida
es la muerte y tus ojos.

Amo la verdad
pero tengo de amante a la mentira
me susurraste subrepticia al oído
en aquella esquina de Corrientes y Florida.

Miríadas de palabras
hacen una orgía en mi boca
vacilan, horadan, dudan
pero siempre te invocan.

Y si el rescoldo de tus labios
aún quema mi piel
suicidaré tu recuerdo
entre lágrimas de hiel

Adiós nostalgia
Adiós melancolía.
Mi vida sigue
y aquí no se termina

viernes, 5 de febrero de 2010

De Argentina al mundo (un paréntesis entre tanta nostalgia 2)

Los cafés yacían vacíos en la mesa. El mozo miraba de reojo a aquellos muchachos que siempre se ubicaban en el mismo lugar, ahí, al ladito de la ventana. No podía notar de qué hablaban pero sus semblantes irradiaban frialdad y amargura. El café “La Montaña”, con su inconfundible fachada y miles de historias en las cicatrices de sus paredes, era el testigo principal de la charla de aquellos taxistas apenados por la situación que atravesaban. El servicio carecía de pasajeros y debían buscarle una solución inmediata a su inconveniente. Un día como tantos otros decidieron probar suerte y llevaron a cabo su plan. A los gritos comenzaron a ofrecer un viaje hasta Caballito o Flores accesible al bolsillo porteño de la época, marcando así, el nacimiento del “taxi colectivo”.
La cuestión es que el 24 de septiembre de 1928 realizó su primer recorrido. El novel invento permitía a los pasajeros viajar de a cuatro y dividir el costo del viaje. Con el correr del tiempo los coches se fueron agrandando hasta llegar a los colectivos que conocemos actualmente que posibilitan a seis millones y medio de personas circular y trasladarse con comodidad. Este invento argentino llegó a Brasil, Paraguay, Uruguay y a otras ciudades del mundo. Desde pagar el boleto al bajar, a abonarlo al subir y por medio de una máquina, desde trasladar a cuatro personas a llevar 41, el colectivo ha sufrido grandes modificaciones.
¿Habrán imaginado José García Gálvez, Rogelio Fernández, Pedro Etchegaray, Manuel Pazos, Felipe Quintana, Antonio González y Lorenzo Porte (fundadores) en aquellos días de quimeras efímeras, las enérgicas discusiones que habitualmente mantienen los taxistas y los colectiveros?
Con tesón y esperanza aguardaba la posibilidad que le surgiera algún trabajo para poder desempeñar su función, la de periodista. Muy esporádicamente aparecía la posibilidad y él iba contento a realizar las entrevistas que le encomendaban. Pero siempre se hacia presente el mismo inconveniente, en el medio de la entrevista la tinta de su lapicera se secaba y debía pedir prestada otra para poder terminar su trabajo o memorizar las declaraciones del entrevistado.
Como si el destino se empeñase con él, cada vez que su hija llegaba de la escuela tenía que escuchar un monólogo de reproches hacia sus compañeros de colegio, porque le tomaban el pelo por detrás y se lo introducían en el tintero de la lapicera. Un día se encontraba en una imprenta y vio como la máquina que imprimía los periódicos los estampaba sin dejar manchas y la tinta se secaba en el papel
Una historia como tantas otras, pero le sucedió a Ladislao Biró y él no dejo pasar su oportunidad. Nacido en Hungría en 1899, fue el inventor de la birome luego de varias peripecias por el mundo. Al suceso ocurrido en la imprenta lo tomó como ejemplo e ideó un sistema mucho más pequeño que consistía en una bola de acero en la punta de un cilindro lleno de tinta especial, que bajaba por acción de la gravedad y secaba en el papel. Al bajar la tinta, impregnaba a la bola de acero, permitiendo el fluir de la tinta sobre el papel. Luego de arduas horas de trabajo, en 1938, patentó en su país, en Suiza y en Francia un modelo elemental de bolígrafo. Días más tarde tuvo que realizar un viaje a Yugoslavia para continuar con su trabajo de periodista. Una mañana y estando en el lobby del hotel haciendo unas anotaciones con su invento, un hombre lo observaba y sentía curiosidad por ese extraño objeto. Este se acercó y hablaron un largo rato y le ofreció instalarse en su país para que pueda mejorar el invento. Como vió que Ladislao dudaba le entregó su tarjeta personal y le dijo que con la misma podía conseguir la visa para viajar a Argentina, la tarjeta rezaba; Agustín P. Justo, Presidente
Al cabo de dos semanas se dirigió a Francia y conoció a Juan Meyne, un húngaro dedicado a los negocios de importación y exportación. Con él entablaría una gran amistad y se dirigió a Buenos Aires, con las valijas llenas de esperanza y la incertidumbre de su porvenir. Al poco tiempo adoptó la ciudadanía argentina y formó la empresa Biró-Meyne. Luego de realizar numerosos estudios para perfeccionar el invento, en el año 1943 patenta en Argentina la birome, llamada así por la fusión de apellidos con su socio
Innovador, capaz, humilde, trabajador. Ladislao Biró fue uno de los inventores más importantes del mundo. Se adjudican a su lista la máquina de lavar la ropa, la caja automática del auto y el dispositivo para obtener energía del mar, entre tantas novedades
Para graficar su vida hay una anécdota que pinta de manera esclarecedora su destino. El día de su nacimiento el médico que lo trajo al mundo le dijo a su mamá que había pocas probabilidades de que sobreviviera debido al escaso peso que tenia. Su madre, una luchadora de toda la vida, lo puso debajo de una lámpara para que le de calor, pensando que completaría artificialmente su desarrollo. Dió excelentes resultados y ese día empezaba a aparecer la incubadora.